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EL ARBOL DE NAVIDAD

El árbol de Navidad, un abeto frondoso y cargado de adornos, según los investigadores, tiene su origen en el paganismo centroeuropeo, pues rendían culto a sus dioses en los bosques o en determinados sitios donde se alzaba algún árbol significativo. San Bonifacio, uno de los grandes misioneros de la evangelización de Europa, se dedico a destruir estos hitos paganos y entre
sus historias se cuenta que derribaba arboles cultuales.

No obstante, el árbol que recuerda el nacimiento de Jesús, entre los pueblos germanos cristianizados, simbolizaba el árbol del Edén, pero no ya aquel del fruto prohibido que fue el comienzo del pecado en el hombre sino el que conmemora el Fruto de la salvación, de allí el carácter de sus adornos y decoraciones.

El uso del árbol de Navidad, proveniente de la tradición germánica, se comenzó a utilizar mas propiamente en el siglo XVII en la ciudad de Estrasburgo (Francia), difundiéndose hacia el norte de Europa, sobre todo en países protestantes. Es mas que  comprensible que, al rechazar en su doctrina todo uso de imágenes, hayan recurrido y adoptado un símbolo que recordara el
nacimiento del Redentor.

En 1841, el príncipe Alberto (+1862), consorte de la reina Victoria I (1837-1901), lo introduce en Gran Bretaña y luego pasara a los Estados Unidos por medio de los inmigrantes protestantes que también lo llevan al resto de los lugares a donde emigraran.

Con el correr de los años, el árbol de Navidad, como símbolo del nacimiento del Señor, pasara también al orbe católico, y desde hace ya mucho tiempo, en la Plaza de San Pedro en Roma, junto al Pesebre se alza un enorme abeto decorado profusamente que es regalado todos los años al Papa por diversas comunidades católicas de los países centroeuropeos. 

Muchos pueblos antiguos rendían culto a un puñado de árboles considerados sagrados por distintos motivos. El más común, desde Grecia hasta Noruega, fue el roble, pero con el devenir del cristianismo se lo cambió por el abeto, pues, según los misioneros, la forma triangular de su enramada correspondía al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Este tres mágico caló muy bien en todas partes al ser un número venerado por muchos pueblos miles de años antes de la venida de Jesús. De esta manera se impuso el abeto que con el correr de los siglos fue reemplazado por el pino.

Durante estas fechas festivas se los adornaba con piedras pintadas y telas de colores, con el propósito de "vestir" a los árboles que se habían quedado "desnudos" tras el otoño, y lograr que el "espíritu" que se les había escapado con el frío regresara a dar sus frutos en primavera.



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